sábado, octubre 07, 2006

El Globo de Helio: Un cuento para niños Por Lucy Phermann

For the english version read: The Helium Balloon. A tale for kids By Lucy Phermann

Cuando era niño siempre quise un globo de helio. Nunca lo tuve. De alguna manera, mis padres siempre evitaban comprarme uno. Supongo que no querían arriesgarse a que lo perdiera y me pusiera a llorar. Es la ironía de los globos. Los niños saben que el globo explotará de un momento a otro, pero aún así hacen lo que sea por tener uno. Es fascinante cuanto significan para un niño. Algo tan simple como una goma llena de aire. Tan simple pero que proporciona tanta diversión a la vez… y cuán trágico es perderlo. Cuan triste cuando llega ese momento, que negábamos en nuestras mentes. Que simplemente no aceptábamos. Queríamos que durara para siempre. Pero era una idea fútil, y no escapábamos de la realidad.
De todos los globos de helio, unos en especial llamaban mi atención. Aquellos que se salían de las manos de sus dueños y se elevaban en el cielo, cada vez más alto, hasta perderse entre las nubes. Perderse. Uno de los mayores temores de un niño y de un adulto también. ¿Alguna vez se llegaron a extraviar, aunque sea por un instante, encontrándose fuera de la protectora presencia de sus padres? Seguro que sí. ¿Recuerdan esa terrible sensación de angustia que se apoderaba de nosotros en ese momento? ¿El terror frente a la posibilidad de no volver a la segura compañía de nuestros padres, a hallarnos indefensos ante peligros que quizá ni siquiera conocíamos? Pues la historia que les voy a contar tiene mucho que ver con esa sensación. Y con los globos de helio por supuesto.
Había una vez un globo de helio. Cuando nació, lo amarraron a un racimo de otros globos de helio recién nacidos. Nunca se sintió cómodo con esto. Estar atado no le agradaba. Además, la brisa soplaba y lo hacía chocar contra sus hermanos. A ellos no parecía importarle esto. Eran como cachorritos esperando por un niño que los comprara y jugara con ellos. Pero para el globo, la cuerda que lo sujetaba era un grillete que le impedía llegar a aquellos lugares que anhelaba. Y miren ¡qué cosas tiene la vida!, resultó ser que la cuerda estaba roída en un punto y se rompió. El globo no lo pensó dos veces y salió volando, hacia su libertad, hacia sus sueños. Su alegría era tanta que casi explota. ¡Al fin podría alcanzar los lugares que sólo había soñado en su interior lleno de helio! Fue ascendiendo, desafiando la gravedad, mientras humanos y otros globos seguían atados a la tierra. Al principio, uno que otro niño lo notaba en el cielo y lo observaba un rato. Hasta que los edificios o las nubes lo tapaban. O hasta que el sol encandilara sus ojos. O simplemente hasta que perdieran el interés en seguir viendo, lo cual no tomaba mucho tiempo. Y el globo seguía ascendiendo, alejándose cada vez más del planeta. De ese mundo lleno de niños y de globos y de otras extrañas criaturas. Y pronto, ya nadie allí se acordaba del globo. Era un ente ajeno, ignorado. Y el globo seguía ascendiendo, cruzó la atmósfera terrestre y se encontró en el espacio. Era más hermoso de lo que había pensado, y más aterrador de lo que había imaginado. Vio al Sol, a Marte, a Júpiter, a Venus. Vio galaxias, nebulosas, enanas blancas, vio estrellas nacer y morir, en un espectáculo solo antes presenciado por dioses. Y el globo seguía ascendiendo. Y pasaron años, décadas, siglos y por alguna razón, el globo no estallaba ¿Sería posible que Dios se hubiese olvidado de que existía? Ahora el globo se daba cuenta de que estaría vagando para siempre en la nada. Ya no había nada a su alrededor. Ya no sabía cuando tiempo había transcurrido desde que había abandonado aquel lugar. Aquel lugar donde nació y que a pesar de todo, era lo único que alguna vez había sido su hogar. Y ya nunca volvería allí. Y mientras el tiempo transcurría, el globo de helio simplemente seguía flotando en las desoladas inmensidades del infinito. Y así estuvo por siempre, vagando, flotando, ascendiendo. En la nada. Solo. Eternamente.

Lucy Phermann ©2005